Ciudad silenciosa
La ciudad, tan silenciosa. Solo me bastaba asomarme un rato a la ventana a contemplarla para retomar mis añejas reflexiones. Su memoria volvía a mí, como envuelta en olvidos y en un dulce aroma; particularmente intacta, como si los años no hubieran transcurrido.
Añorar esa época implicaba toparme frecuentemente con él. Hasta mis sueños me lo devolvían. Revisando las fotos, me incomodaba su extrañeza. Estaba segura de que en ese entonces, mis sentimientos habían sido distintos, más vehementes y reconfortantes, por lo que me frustraba descubrir que los archivos que guardaba no coincidían con las preciadas memorias que me visitaban. Si lo que recordaba parecía poco fidedigno,¿adónde estaría lo vivido? ¿existiría algún lugar que lo contuviera?
Noches como esta, el viento me regresaba a aquellos años, y en ellos me reencontraba con su nombre. Un oasis en mi desierto, un refresco en la soledad de las mañanas, una adorada mirada en la rara incomprensión.
En retrospectiva, estaba segura de haber dejado una parte de mí en aquel patio. Secretamente esperaba que también pensara en mí cada tanto, que me hubiera querido algo, alguna vez. Deseaba que no olvidara mi perfume.
Supe amargamente que jamás volvería a encontrarlo porque si lo cruzaba en la calle, nos reconoceríamos como dos extraños. Algunas palabras habían quedado para siempre entre aquellos pasillos; y nuestras inocentes miradas, guardadas en un tiempo infranqueable. Solo quedaba aceptarlo. Y abrazar un nuevo sueño.