Vientos de julio
“(…) —Se ha visto obligada a cultivar sus facultades reflexivas por falta de ocasión de disipar su vida en necias frivolidades.
La señora Dean se rio.
—Ciertamente, me considero una persona equilibrada y razonable, y no precisamente por vivir entre montañas y ver las mismas caras y los mismos hechos de principio a fin de año, sino por haberme impuesto una severa disciplina que me ha enseñado a tener juicio, y luego he leído más de lo que se puede usted imaginar, señor Lockwood”. –Cumbres borrascosas, Emily Brontë
Para hacer las cosas bien y actuar siguiendo los pasos de Dios, es necesario tener una seguridad profunda en nuestro mundo interno, en nuestra fuerza de voluntad y aferrarnos muy fuerte a la esperanza que surge de contar con las dos anteriores. La seguridad es fuente de toda disciplina que nos queramos imponer y de todo proyecto que busquemos empezar. Porque sin seguridad en nosotros mismos el esfuerzo no servirá de mucho. Será como regar una planta y pensar que crecerá solo con agua; lo hará hasta cierto punto, se mantendrá firme, pero llegará un momento en el que no recibir la luz del sol se volverá su propia perdición. Así, si el esfuerzo es el agua, la seguridad es la luz; nuestra luz interior que brillará cuando más lo necesitemos, solo deberemos dejarla brillar. El secreto de la seguridad tal vez sea romper con las cadenas que nos atan y nos aprisionan, para vivir libres en la paz que surge de la perfecta armonía que suena en los más hermosos días, aquellos en los que nuestra sola respiración genera el efecto tranquilizador que necesitábamos para seguir nuestro camino con paso firme.