Me gustaría ser ámbar...
“Me senté en el escritorio y observé a contraluz el pisapapeles que Matthew me había traído la semana anterior de uno de sus viajes; era de cristal, y en el centro había una piedra de ámbar que guardaba en su interior un diminuto insecto. Matthew sabía que el ámbar me encantaba. Me gustaba porque, a pesar de su color caramelo, era traslúcido y permitía ver lo que ocultaba dentro. Era esa transparencia engañosa lo que me atraía.
Me pregunté por qué yo no podía ser igual. Ser ámbar, colorida, y a la vez no tener sombras ni rincones opacos”. —El día que dejó de nevar en Alaska de Alice Kellen
¿Son mis esfuerzos dignos del resultado que espero alcanzar? Más importante aún...¿son mis preocupaciones útiles y necesarias para lograr aquella deseada perfección? ¿O son una aparente tranquilidad que cubre el mayor engaño de mi vida?
Realmente, cada día me convenzo más de que mis prevenciones, cargadas de culpa, no hacen más que envolverme en una nube oscura que se interpone en mi camino. Un velo que jura protección pero da más inseguridad. No lo entiendo.
Si lo saco de mi cabeza entonces, ¿desaparece por completo?
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