aMARES
Náufragos con música
Prendés la luz y te acercás a la ventana a tomar aire. Bastante gente pasea por la rambla y escuchás un murmullo de la charla de una pareja que llega hasta el departamento. Un chico patina mientras busca algo en su mochila. Otros jóvenes, tomados de la mano, las balancean de atrás hacia adelante, se ríen y se dan un beso. Varios autos bordean la costa, cada vez menos a medida que avanza la noche. Una nena en su monopatín se desplaza rápidamente unos momentos, se detiene de golpe, baja y sigue caminando unos metros hasta darse cuenta de que se olvidó su vehículo con luces, vuelve a buscarlo y continúa andando.
La gente parece estar a tono con la noche. Porque si bien es fresca, a tal punto que una brisa ligera que se desprende del mar te estremece con solo quedarte unos minutos meditando, nadie resiste perderse una noche de enero tan divina como esta. Por eso vos te asomás, intentando evocar los recuerdos de hace un rato, para lograr conciliar el sueño, o para no pegar un ojo en toda la noche.
Entonces volvés. Ahora estás en esa calle tan transitada pero tan sola, que asegurarías escuchar los latidos de tu corazón; y mirás distraída algo que no estás viendo. Una vidriera que aún conserva luces navideñas y, absorta, en lo único que pensás es en las luces, y por un instante estás en alguna Navidad del pasado, pero sin perderte mucho, volvés.
Ahora sí. Más consciente, volteás y escuchás. Un chico tocando el violín prodigiosamente. Tu canción preferida.
Entonces volvés a ensimismarte. Sos una turista más, pero algo te permite sentirte como en casa. Será el tono de voz familiar de los comerciantes, serán los vientos húmedos que soplan desde el este, el sabor a avellanas del café pasado de azúcar o la alegría brillando en las miradas de los transeúntes, tan encerrados en sus propias burbujas, tan dispuestos a compartir con vos sinceros gestos, amables saludos que reivindican el sentido patriotismo que tan obligadamente nos debemos. Tal vez será el mar cuando derrama su velo invisible por toda la mágica ciudad, o las vistas que recolectás cuando llegás al punto sur y la imagen donde mar, cielo y luces se vuelven una sola cosa te la guardás para siempre.
Pero, en realidad, de una razón en miles, no es la calle, la vidriera ni son las luces, sino la melodía que te envuelve cuando, con sosegado ánimo, junto a la vidriera del local, mirás las estrellas y por unos instantes, la ciudad y vos son una sola. Luces, vidriera, turistas, comerciantes, su corazón, violinista, estrellas, vientos, café, patria, tu corazón y vos colisionan en una frontera de música, donde lo ordinario se vuelve mágico solo porque tuviste el valor de sentir.
–Valentina🌼
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